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Huatusco: la tierra del café, la fe y la serenidad

Andares por Veracruz, en una de las mejores regiones cafetaleras de México

Por: David Dorantes

HUATUSCO, Veracruz.- Por invitación de mi querida mentora Gisela Rubach, me embarqué en un viaje inesperado a Huatusco, Veracruz, un rincón de México que, hasta entonces, había permanecido fuera de mi radar. Como todo en la vida, las mejores experiencias suelen venir envueltas en un halo de sorpresa. Este viaje fue uno de esos momentos que uno guarda en la memoria con una mezcla de gratitud y fascinación, pues Huatusco no sólo me mostró su encanto a través de paisajes y sabores, sino también una conexión profunda con la naturaleza y la fe.


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Al llegar, me recibió el característico aroma de café. Pero no cualquier café, sino el mejor café de Veracruz, tal como me lo prometió Gisela. Huatusco, en el corazón de las montañas veracruzanas, es el hogar de cafetales que se extienden hasta donde alcanza la vista, cada hoja y cada grano cuidando una historia que remonta siglos. Lo primero que hice fue pasear por las plantaciones, dejando que el verde intenso de los campos y el frescor del ambiente llenaran mis sentidos. El café aquí no sólo es una bebida; es un símbolo, una herencia que se ha transmitido de generación en generación. Tomar una taza en Huatusco es una experiencia ritual, una comunión con la tierra fértil y la gente que la trabaja.


Mientras caminaba por las calles empedradas, mis pasos me llevaron a una vista imponente que pronto se convirtió en una de las imágenes más significativas del viaje: un gigantesco monumento de la Virgen de Guadalupe, que parecía bendecir a todo el pueblo desde las alturas. No pude evitar sentir un profundo respeto por la devoción que mueve a esta comunidad. Subí lentamente los escalones que conducen a la estatua, contemplando el paisaje en cada pausa, dejando que la espiritualidad del lugar se apoderara de mí. En un mundo lleno de ruido y distracciones, encontré en ese monumento una invitación al silencio, a la reflexión.


El ambiente sereno de Huatusco me hizo entender que, en estos 'Andares', siempre hay momentos para detenerse, observar y agradecer. Ese monumento de la Virgen es más que una obra de arte religiosa, es un recordatorio de la fe que sostiene a las personas, de la fortaleza espiritual que guía sus vidas en medio de la adversidad. Me detuve un momento más de lo que había planeado, inmerso en la energía que irradiaba el lugar.

Pero Huatusco tenía más para sorprenderme. Al día siguiente, Gisela, con su sonrisa siempre sabia y en ocasiones serena, me llevó a uno de los sitios más singulares que he visitado: un bosque de bambú. No sabía qué esperar; bambú en Veracruz no es precisamente lo primero que se viene a la mente. Al adentrarme en aquel bosque, comprendí inmediatamente por qué Gisela insistió tanto en que lo conociera. El crujido suave del bambú al balancearse con la brisa y la luz filtrada a través de las hojas creaban una atmósfera de calma profunda. Aquí el tiempo parecía detenerse.

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En medio del bosque, encontré pequeñas construcciones que, lejos de romper la armonía del paisaje, parecían emerger naturalmente de él. Estas estructuras, sencillas pero elegantes, parecían haber sido diseñadas para meditar, para reconectar con uno mismo. Me senté en una de ellas, rodeado por el verde infinito del bambú, y respiré profundamente.

Fue un momento de introspección que no había anticipado. Sentí que ese lugar era un reflejo de mis propios 'Andares', una metáfora de mi búsqueda constante de equilibrio entre lo mundano y lo espiritual, entre la velocidad con la que vivimos nuestras vidas y la necesidad de detenernos a reflexionar.


Huatusco me mostró que en cada viaje, en cada paso, hay algo por descubrir. Desde la tierra fértil que nutre el mejor café, hasta los monumentos que nos recuerdan la fuerza de la fe, pasando por bosques ocultos que invitan a meditar, cada rincón tiene algo que enseñarnos si estamos dispuestos a escuchar. Esta experiencia fue un recordatorio de que los lugares más sencillos, a menudo, son los que guardan los tesoros más profundos.

Al despedirme de Huatusco, llevé conmigo más que solo el sabor de su café o las imágenes de sus paisajes; me llevé una renovada apreciación por los momentos de quietud, por la reflexión y por la capacidad que tiene un lugar de revelarnos partes de nosotros mismos que creíamos olvidadas. Gisela, una vez más, me guio hacia un espacio que me sorprendió. Ahí es donde el espíritu puede descansar y el alma puede florecer.


En estos 'Andares', comprendí que el viaje siempre tiene un propósito, incluso cuando no lo buscamos. Y que en Huatusco, encontré un rincón donde la tierra, la fe y la naturaleza se unen para recordarnos la importancia de detenernos y escuchar.

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Esta es la bitácora de mis #Andares que iniciaron desde la Sultana del Norte en Nuevo León, volando hacia Veracruz, para después trasladarme por tierra hacia Huatusco. Acompáñame en los siguientes Andares y recuerda que sólo vivo para ser feliz. ¿Y tú?