Vamos a la sierra con los huicholes del Nayar; Andares desde Tepic hasta La Pachita
En lo más alto de Nayarit, en La Mesa del Nayar, el corazón indígena de México late con fuerza. A través de la celebración de tradiciones ancestrales y el encuentro con sus comunidades.
JESÚS MARÍA, Nayarit.- Es temprano, muy temprano. El frío de la madrugada aún calaba los huesos cuando empezamos esta travesía desde Tepic, Nayarit. Son las 4:30 de la mañana y el termómetro marca apenas 11 grados. Nos dirigimos hacia un rincón oculto de México, a la parte más alta de Nayarit, un lugar místico conocido como La Mesa del Nayar, donde las montañas cobijan a comunidades indígenas, y la historia, el tiempo y la cultura se entrelazan.
La carretera es sinuosa y serpentea entre la niebla. Las primeras luces del día empiezan a asomar tímidamente cuando, finalmente, llegamos. La Mesa del Nayar nos recibe con una sensación de asombro. Aquí, en lo alto, es como si estuviéramos suspendidos entre el cielo y la tierra, rodeados de majestuosas montañas y un aire que vibra con el eco de generaciones de sabiduría ancestral.
¿Cómo es la comunidad 'La Pachita'?
La comunidad está tranquila, pero al caminar por sus calles empedradas, noto que la vida aquí está profundamente conectada con lo espiritual. Nos acercamos a una iglesia que no tiene una advocación particular, pero está en plena celebración de una festividad llamada 'la Pachita'. Esta fiesta es previa a la Semana Santa, y los habitantes de la región la celebran con devoción. Las noches aquí se llenan de danza; las comunidades indígenas descienden desde las montañas para bailar en el tablado, y a las 4 de la mañana, el silencio se quiebra con el rezo del rosario.
Me detengo un momento frente al monumento al rey Nayar, el gran líder que da nombre a este estado. Este lugar es mucho más que una simple comunidad indígena; es el corazón cultural de varias etnias que coexisten en armonía. Los coras, huicholes, mexicaneros, entre otros, han forjado aquí una historia que resiste al paso del tiempo y la modernidad.
Uno de los momentos más conmovedores de este viaje fue nuestra visita a una escuela local, fundada por fray Pascual Rosales en 1969. Es un espacio donde más de 130 niños, desde preescolar hasta secundaria, no sólo reciben educación formal, sino también una formación integral que honra sus raíces culturales. Aquí, la lengua materna se entrelaza con el inglés, gracias a voluntarios estadounidenses que vienen a enseñar. Me cuentan que fray Pascual está enterrado en los terrenos de esta misma escuela, un símbolo de su legado inquebrantable de servicio y fe.
El director de la escuela me habla sobre la importancia del apoyo que reciben, y cómo cualquier donativo, en efectivo o en especie, es vital para seguir brindando educación gratuita a estos niños. Al caminar por los pasillos, siento la energía y las ganas de aprender de los jóvenes. Este lugar no solo es una institución educativa, sino una ventana al futuro de estas comunidades, donde la tradición y la modernidad pueden coexistir.
Donativos:
Siguiente parada, Jesús María
Nuestra siguiente parada es Jesús María, la cabecera municipal. Aquí, el ambiente es diferente. El sol ya calienta con fuerza y los 25 grados de temperatura contrastan con el frío que dejamos en las montañas. Este pueblo es un crisol de culturas, donde huicholes, coras y mexicaneros conviven junto con mestizos. En la presidencia municipal, me detengo a observar cómo la vida fluye a un ritmo más calmado, pero no menos significativo.
Mientras recorro estos pueblos, siento una mezcla de respeto y admiración por la fortaleza de sus habitantes, que han mantenido viva su cultura a pesar de las adversidades. El contacto con la naturaleza es profundo. Aquí, el paisaje no es solo un fondo para la vida cotidiana, sino una parte esencial de ella. Las montañas, los ríos, el cielo inmenso y azul, todo parece susurrar historias de tiempos antiguos, de batallas, de resistencias y de espiritualidad.
La Mesa del Nayar, más que un destino
Regreso a Tepic con el alma llena, sabiendo que La Mesa del Nayar es más que un destino en el mapa; es un santuario de identidad, un lugar donde las tradiciones se mantienen vivas y donde cada piedra, cada sonrisa, y cada danza es una celebración de la vida. Estos Andares me recuerdan la importancia de conocer, respetar y honrar las raíces de nuestro país, y de compartir esas historias para que nunca se pierdan en el olvido.
Al final, este viaje no es solo un recorrido geográfico, sino un viaje al corazón de México, donde la tierra y el cielo parecen fundirse, y donde la verdadera riqueza está en la sabiduría de sus pueblos.
Está es la bitácora de mis #Andares que iniciaron saliendo en una madrugada fría de Tepic, Nayarit, subiendo hacia La Mesa del Nayar entre las comunidades indígenas nayaritas. Acompáñame en los siguientes Andares y recuerda que solo vivo para ser feliz ¿y tú?