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La sudamericanización de la politica en LATAM
Amigos de Posta, esta semana les escribo desde Sudamérica...
Amigos de Posta, esta semana les escribo desde Sudamérica, con vista al Río de la Plata y al hormigueo de una ciudad que no duerme: Buenos Aires. Desde un balcón en Puerto Madero observo a un país que intenta reconfigurarse con una nueva narrativa, con un nuevo credo político: el libertario. Javier Milei, el actual presidente argentino, ha irrumpido en el poder con un discurso que confronta décadas de hegemonía peronista y de una izquierda latinoamericana que ha sabido enraizarse en los sistemas, en los discursos, y también en los fracasos.
Pero esta columna no se trata únicamente de Argentina. Se trata de Latinoamérica, de sus heridas abiertas, de sus democracias balbuceantes y de la peligrosa normalización de la violencia política. En estos días, Colombia volvió a ser escenario de lo impensable: un atentado contra un senador. No fue una casualidad. No fue un “loco suelto”. Fue, como tantas veces, un recordatorio brutal de lo que cuesta levantar la voz en nuestro continente. Aquí, ser político no es sinónimo de respeto, sino de sospecha. No es sinónimo de vocación, sino de ambición. Y sin embargo, todavía hay quienes —con todo en contra— deciden dar la pelea. Todavía hay quienes tienen los “huevos” de hacerlo.
Vivimos una crisis profunda. No solo económica. No solo de seguridad. Vivimos una crisis de sentido. En muchos rincones de América Latina, ser servidor público es visto como una desgracia o, peor, como sinónimo de ambición. Y así se justifica todo: el descrédito, la apatía, el silencio… y a veces, incluso, la bala.
México no es la excepción. ¿Cómo olvidar aquel trágico marzo de 1994, cuando la melodía de “La Culebra” sonaba de fondo mientras un disparo le arrebataba la vida a Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas? ¿Cómo olvidar ese momento que nos dejó marcados como país, como generación? La historia se repite. A veces con otras caras. A veces con otros himnos. Pero el mensaje es el mismo: pensar diferente puede costar la vida.
En esta Latinoamérica sacudida, debemos repensar y revalorar el ejercicio político. No como acto de oportunismo, sino como compromiso profundo con la transformación social. Necesitamos recuperar el respeto a la función pública. No romantizarla, no idealizarla, pero sí dignificarla. Porque sin políticos honestos, sin voces firmes, sin ciudadanos comprometidos con lo público, solo nos queda el vacío. Y el vacío, en política, siempre lo llena la violencia.